jueves, 11 de junio de 2020

AQUELLA NOCHE DE PENA Y PERRO, BAJO LA LLUVIA

Fotos: J.X.

Siguiendo el rastro del dolor, vemos que el camino no va en línea recta, de un extremo al otro.
Es más bien sinuoso, un camino torcido, con subidas y bajadas serpenteantes, con recodos llenos de plantas venenosas, junto al abismo.
Hay que averiguar dónde hay un lugar de luz, un lugar de reposo entre los dos extremos, y preguntar si es posible hacer un alto en el camino laberíntico.
Para que se recuperen el cuerpo y el alma de todo lo andado en vano.
Ha comprendido demasiado tarde que extraviarse por algunos atajos y querer traspasar el límite, los confines del camino, no le ha llevado a ninguna parte, sino a triplicar la cantidad de soledad, a desandar lo andado, una y otra vez.
Semejante a un perro solitario que, al regresar, al volver a casa, después de mucho vagabundear de un lugar a otro, sin destino, no encuentra la casa, sino la sepultura de quien más quería.
Y, desconsolado, más solo que nunca, se acuesta a su lado, con el hocico húmedo entre las flores y las piedras, día y noche, hasta que muere de tristeza.
Una tristeza infinita, como la de un poema que contara el amor y la muerte de una niña perdida y un niño vagabundo, extraviados en un camino oscuro, sin lugar de luz, donde caen muertos bajo la lluvia, en una noche de Pena y Perro.


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