-¿No
me puedes amar si no soy una diosa?- preguntaste.
-Tengo
necesidad de adorar
llevo
en mí a una sacerdotisa
a
una suplicante.
-Pero
ser una diosa es una tarea agotadora –dijiste.
-No
es una tarea. Es una naturaleza y una representación.
-¿Siempre
seré una diosa?
-Hasta
que yo no soporte más el yugo –respondí. Entonces me abandonarás.
-¿Y
tú dejarás que te abandone?
-Sí,
porque una diosa que abandona a su celebrante
no
es en verdad una diosa.
-Es
una relación sadomasoquista.
-No.
Porque tú también sufrirás
cuando
ya no seas una diosa
para
nadie. Y tendrás nostalgias de mis cultos y celebraciones.
De
mis mitos y rituales.
Vivirás
entre hombres y mujeres como tú
y
siempre te faltará algo.
-Al
menos sabré lo que me falta –dijiste.
-Y
yo también –respondí.
ResponderEliminarLa verdadera diosa nunca altera su estado divino, y no se deja mangonear por nadie. Una diosa se reconoce al instante, y si un humano se relaciona con ella tiene todas las de perder.
Para este verano, otro buen poema de la Peri Rossi.
ResponderEliminar¿Amor divino, amor humano? ¿Religión, poesía?
ResponderEliminarTodo es ficción. "El poeta es un fingidor", dice Pessoa.
ResponderEliminarLa amada o el amado es como un tonel vacío, que sólo tiene sentido cuando hay una buena cosecha de uva para que cante Dioniso o Baco.
ResponderEliminarPeligro evidente. Las diosas siempre son inclementes.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
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