EL DÍA QUE CONOCÍ A KAFKA

Conocí a Kafka a través del cristal.

Encontré a Kafka al lado de la que entonces era mi casa (Muntaner, 430), en el escaparate de la Librería Platón, que estaba situada en la calle Muntaner, 428, esquina Copérnico, de Barcelona.
Era un breve ensayo biográfico sobre Kafka, un escritor totalmente desconocido en aquella España oscura y reprimida.
Alianza Editorial publicaría años más tarde La metamorfosis (1966), que leería entusiasmado, así como todos aquellos libros de y sobre Kafka y de otros autores que llegaban de las editoriales sudamericanas, que nos ayudaron a descubrir tantos libros prohibidos en aquellos años de penuria y censura cultural.
Así pues, compré el libro sin saber quién era ni lo que escribía aquel escritor que tenía un apellido raro, Kafka, de rostro delgado y mirada misteriosa. Un amigo universitario, compañero de oficina (Amadeu Petitbó, futuro economista y presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia -entonces teníamos unos diecisiete años), me había comentado que Kafka era un escritor checo, judío, vegetariano, un escritor extraño, alucinado, me dijo, que remaba y se bañaba en invierno en las aguas frías de los lagos. 

Aquella primera edición del libro la perdí en una etapa confusa del camino, eso que llamamos vida adolescente y que es descubrimiento, insatisfacción y crisis constante. 

Muchos años después pude recuperarlo a través de una reedición, y comparto aquí la portada de este libro mítico para mí, por lo que tuvo de revelación. 

Por supuesto, me hice kafkiano y escribí textos precipitados y laberínticos que iba pasando a mis sufridos amigos, e incluso hacíamos posturas existenciales y físicas que considerábamos interesantes y kafkianas -dedicadas a presuntas novias, y ahora sabemos que Enrique Vila-Matas y otros del club Kafka hacían lo mismo, por otros barrios, ¡y todos nos creíamos diferentes, rebeldes sin causa, poetas originales, novelistas seductores!