Éste es un buen año para la tragicomedia española, dice la hermana del informático leyendo los titulares de los periódicos digitales.
Unos recuerdan los papeles y la cal de los Gal y olvidan el señorío de don Felipe, quiero decir el González, como si esto fuera un corrido mexicano, opina el politólogo del barrio.
Otros hablan de "la naranja mecánica" como operación ciudadana, dice la nieta del anarquista.
¡Lo más inmoral fue el beso gay en pleno Parlamento, poniendo una guinda de mal gusto ante el señor de Guindos y otras señorías!, exclama la cuñada del dentista.
¿Revolución verbal y gestual en la cámara?, nada, todo un bluf, tontería, como dijo muy bien Rajoy leyendo el diccionario de la Real Academia Española, advierte la fiscal del barrio.
Y los ciudadanos, no los de ese partido, sino los ciudadanos de verdad, los que pagamos el vermut y sólo votamos cuando nos dejan, ¿qué pasa con nosotros?, pregunta la dueña del bar.
¡Señora, que mi vermut me lo pago yo!, replica la cuñada del dentista.
¿Aún hay presos políticos en Epaña?, pregunta un turista ruso, hispanista, que ha entrado en el bar a tomar la novena cerveza en homenaje a Beethoven, explica.
No me venga con leyendas negras, que no verá otra democracia tan armónica como ésta, replica la fiscal del barrio (que no es fiscal, sino aficionada a fiscalizar, advierte la dueña del bar, por si acaso, que no conocemos al turista).
Hay un libro muy interesante, El humor en la música, de Benet Casablancas, y me queda un ejemplar en la librería, anuncia la librera del barrio.
¡Miau, miau!, "Dúo humorístico de dos gatos", para dos sopranos, apunta el politólogo.
¡Miau, miau!, "Dúo humorístico de dos gatos", para dos sopranos, apunta el politólogo.
Entre pitos y flautas, besos y gritos, aplausos y puyazos anda el ruedo español, como en una vieja corrida de toros, dice la nieta del anarquista.
¡Pues anda que aquí, con los "correbous", con los bueyes en la plaza de la sedición oliendo a cuerno quemado, vaya embolado!, exclama la cuñada del dentista.
¿Olor a cuerno quemado?, eso es a lo que huele el último novio de mi madre, comenta la hija de la bibliotecaria.
Cada día me apetece menos salir del circo donde trabajo y ver los malos trapecistas, equilibristas y payasos goyescos que hay afuera, confiesa el humorista del barrio.
Pues, mire, esto no ocurre tanto en el ámbito de mis afinidades electivas, indica el poeta romántico del barrio. Por lo menos, no llegamos a la calumnia y al apuñalamiento trapero con tanta facilidad, a no ser que haya una mala reseña o un olvido antológico, que de todo hay en la inmensa viña del señor, añade el poeta romántico.
"Corre y vuela, que esto huele a cuerno quemado", decía mi madre, cuenta la dueña del bar.
"Oler a cuerno quemado: Hacer sospechar que existen intenciones ocultas", como diría Rajoy leyendo el diccionario normativo y constitucional de la Real Academia, sentencia el humorista del barrio.
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