HISTORIA DEL POETA EMBOSCADO

Hoy, en el bar del barrio, la sobrina de la peluquera se sube a una silla y cuenta la historia del poeta emboscado, un vecino que había vivido y trabajado en el barrio haciendo reparaciones de lampistería, y que, en los ratos libres, escribía poesía:

Harto de todo, aunque faltándole todo, se refugió en el bosque de la poesía. Vivió emboscado, cubierto de ramas y palabras. Emboscado con las palabras. Desertor, decían, desertor. 

Al cabo de un tiempo, alguien penetró en el bosque y lo quemó. Ahora quedan las cenizas de sus poemas, esparcidas al viento. 

Mientras tanto, continúan los banquetes a puerta cerrada de los que mandaron incendiar el bosque. 

Puertas y ventanas blindadas contra el viento, contra las cenizas de los poemas que el viento lleva de un lugar a otro, golpeando en vano puertas y ventanas. 
¿El poeta emboscado sobrevivió al incendio? Nadie lo sabe y a nadie le importa, un poeta más, un poeta menos.

Pocos aplausos y algunos silbidos. La sobrina de la peluquera se tuerce el tobillo al bajar de la silla y le dan un carajillo para reanimarla. 
Todo vuelve a la normalidad. Los clientes del bar vuelven a hablar del espectáculo mediático de ayer protagonizado por Rosa Díez, el presidente del Parlamento y Alfred Bosch, que presentaron un libro de este novelista-político en sede parlamentaria, entrechocando, más que tocándose, los extremos.

¿Y las extremidades?, pregunta la dueña del bar.
Con alguna que otra rampa (calambre), dice la nieta del anarquista.
¿No será el barón rampante?, interviene el poeta romántico, haciéndose el gracioso.
Mientras el Congreso se divierte y Raimon duda y canta, nosotros aquí, tocando el violón!, sale por peteneras el humorista del barrio.