miércoles, 19 de febrero de 2014

DONDE LA CIUDAD CAMBIA SU NOMBRE: RECORDANDO A PACO CANDEL

Fundación Paco Candel


Hay una juventud que a guarda, de Francisco Candel, fue uno de los primero libros que algunos leímos. 
Aún andaban lejos Kafka, César Vallejo, Pavese, y más lejos aún Marcel Proust, etc.
Por lo menos, lejos de nuestro camino de juventud y aprendizaje autodidacta en la Plaza Real.

(Fotografía: En la Plaza Real, con unos amigos, arrodillado de cara, jugando a bolas (meco, hoyo, guá), no decíamos canicas. 
Esta fotografía la descubrí reproducida en un libro-guía de Barcelona (del escritor catalán Carles Soldevila), mucho tiempo después, cuando ya habían desaparecido de la Plaza Real aquella infancia y algunos amigos.)










8 comentarios:

  1. Osías Stutman: Albert: canicas = bolas = jugar a la bolita en mi niñez en Buenos Aires (años 40 del siglo pasado).
    Hace un minuto aproximadamente ·

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  2. Algunos fuimos a la Academia Torner, en la calle Aviñó, otros al Liceo Escolar, en la PLaza Real y la calle Aviñó, otros a los Escolapios de la Calle Ancha, y otros muchos fueron al Instituto público Baixeras, en la Vía Layetana. Y había en el barrio algunos colegios más, de monjas, sólo para niñas.

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  3. aclaración de uno del barrio19 de febrero de 2014, 9:47

    En la nota anterior, he puesto los nombres de las calles en castellano, como nos obligaban entonces.

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  4. un niño de entonces19 de febrero de 2014, 9:52

    El señor Tin y la señora Tina, en una mesa plegable que traían de casa a la Plaza Real, vendían bolas de barro, de piedra y de vidrio, estas últimas las más caras y resistentes (canicas), baldufas (peonzas), caramelos, pipas, altramuces, regaliz y otras chucherías.

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  5. experiencia nada poética19 de febrero de 2014, 10:01

    Había tres Camionetas municipales que iban a la Plaza Real a detener a los jóvenes vagabundos, a las mujeres vagabundas y a los hombres vagabundos. Los detenían a la carrera, y los más pequeños también corríamos, aunque a nosotros, más limpios y cuidados, no fueran a detenernos
    Cada Camioneta tenía un número: 36 (jóvenes) 37 (mujeres) 38 (hombres), y la de la Perrera, que no tenía número. Los llevaban a Montjuïch, los rapaban al cero y los duchaban. Ofendidos, volvían a la Plaza Real, transformados en otros. Hasta que pasaba un tiempo y los volvían a detener, a la carrera.

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  6. A.T.: Puedo confirmar que era así, ya que también había corrido de niño con nuestro amigos mayores y vagabundos. A los pequeños del barrio nos protegían el señor Tin y la señora Tina, los vendedores de caramelos, que conocían a nuestros padres (que no estaban nunca en la plaza porque no era necesario, no había peligro), y también el guardia urbano de la Plaza Real, que ya nos conocía a todos.

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  7. Rodolfo Del Hoyo Alfaro: Hay una juventud que aguarda también fue uno de mis primeros libros. Admiraba a Candel.
    Hace 10 horas · Me gusta

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  8. en Facebook comparten20 de febrero de 2014, 6:48

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