Damien Hirst, "Por el amor de Dios" (calavera en platino con 8.601 diamantes incrustados)
A imagen y semejanza del "cristiano" Ronaldo, ¿quién no quiere ser "guapo, rico y bueno (con el balón)"?
¿A quién le amarga un dulce? Aunque también es verdad que uno corre el riego de empacharse con tantos millones de dulces disponibles al apetito insaciable, a la gula.
A imagen y semejanza, pues, del "cristiano" Ronaldo, muchos son los que no dudan y afirman que también a ellos les gustaría ser "guapos, ricos y buenos con la pelota". También ciertos políticos.
Aunque todos reclaman juego limpio, limpieza en el terreno de la contienda cuando están en juego sus más altos intereses.
Por tanto, sí, guapos, ricos y con un balón de oro y una pelota de diamantes en el bolsillo, pero sin patadas, dicen, ni malas jugadas rompiendo a traición el tobillo del otro. Nada de juego sucio, si ya eres guapo, rico y bueno con la pelota.
En resumen, que no les peguen, pero que les paguen, por su belleza, por su riqueza, por ser extraordinarios en todo a lo largo de la vida.
Sin embargo, ¿no es esto demasiado pedir cuando eres tan guapo, tan rico y tan bueno? Algunos opinan que lo tienen difícil, y más en nuestra querida España de las envidias, donde, según las estadísticas oficiales. hay más parados y feos que guapos y ricos.
Pero, ¿y si todo no fuera más que otro fraude colosal?
¿Y si no fueran realmente guapos ni ricos ni buenos con el balón ni con la política ni con nada?
¿No será todo un montaje dentro y fuera del campo de juego, en este mundo hipotecado donde nadie sabe dónde está el dinero y sólo pagan impuestos los que no han salido corriendo al paraíso bancario-deportivo-fiscal?
¿No será todo, acaso, un monumento a la mediocridad social, un monumento revestido de diamantes falsos para las portadas de las revistas del corazón?
El suplente del cronista
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