Egon Schiele, Edith con vestido de listas
YouTube - Gino Paoli-Sapore Di Sale(1963)
Estoy trabajando y estudiando en el mundo de la Moda (patronaje, costura, diseño, lo que antes se llamaba “corte y confección”, pero ahora diseñándolo con más inventiva). Me gusta leer y clicar en los blogs. Veo, sorprendida, que no sólo en el mundo de la moda damos importancia, un valor divino a la apariencia moderna y su repercusión en la sociedad: también hay novelistas, poetas, pintores y actores interesados en tales influencias, y gustan de cambiar de chaqueta y vestido con tal de poder figurar en lo que podríamos denominar "modas culturales" , grupos de presión cultural a los que el tiempo aplicará aquella deslumbrante máxima de Coco Chanel:
“La moda es lo que pasa de moda”.
¿También en las bellas lletras y en las bellas artes?, me pregunto aterrorizada.
¿A que viene ese culto a la apariencia, ese afán de poder al precio que sea? En el mundo de la moda, que es la apariencia en estado puro, tenemos por lo menos la justificación de que nos dedicamos o nos queremos dedicar a ello; que nuestra profesión consiste en vestir, en mejorar, si es posible, la apariencia imperfecta, mediocre, del ser humano, pero ninguna de nosotras confía en mejorar al ser humano a través de nuestros diseños, por muy estilizados que sean nuestros dibujos.
No desearía que se me entendiera mal: nosotras, las diseñadoras de moda, también procuramos mejorar nuestra apariencia, aunque para ello no utilicemos los mismos modelos que diseñamos para el público, ya que nos encanta ir de otro modo, informales. Pues bien, yo creía que los artistas y escritores se ocupaban y preocupaban más bien del espíritu, de lo que no puede ni debe ser objeto de manipulación y diseño temporal. Que sus tareas, en fin, no tenían la duración efímera ni la agresiva competencia económica de nuestras “temporadas” en el vestir, que es el tiempo fugaz de la pura moda.
¿Acaso estaba en un error y ahora resulta que nosotros, los diseñadores, somos más coherentes con nuestra moral de la apariencia, ya que intentamos y conseguimos mejorar el aspecto del ser humano, es verdad, pero sin pretender manipular su interior, cambiar el alma de nuestros clientes?
Quizá me esté metiendo en “camisa de once varas”, como dice el refrán (y nunca mejor dicho que por una modista), pero, al igual que a la pensionista Autodidacta, a la Chica que ya no es feliz, a mí también me da qué pensar la organización de tantos comités, de tantos grupos de comisarios y consejeros dictando las modas necesarias en cultura, según tenga el poder y la subvención éste o aquél. ¿Estos comisarios no nos quieren rebeldes, no nos quieren“vocingleros”, como dice el otro pensionista, Quevedo Swift Barcelona?
(¡Aún no he visto la película “Vicki Cristina Barcelona”, de nuestro amigo Woody, con tantos “pases de moda”!).
En resumen, y para decirlo todo, he de decir que en parte me siento satisfecha al ver que nosotros, los diseñadores del vestir, somos menos farsantes que los diseñadores de la cultura, y nos ganamos la vida profesionalmente sin la excusa del espíritu, sin justificaciones espirituales, es decir, sin pretender manipular el alma de nuestros clientes. Y por eso decimos siempre: “La moda es lo que pasa de moda”, sin más complicaciones ni argumentos maquiavélicos.
Una diseñadora en camisa de once varas
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