viernes, 31 de octubre de 2008

MODOS DE ENSAYAR: ¿FUE OCTAVIO PAZ QUIEN ASESINÓ A T.S. ELIOT EN LA CATEDRAL?


Chagall, El poeta tendido
Las “Baladas líricas”, aun habiendo sido publicadas en conjunto para abaratar costes dada la escasez de medios económicos de Wordsworth y Coleridge, y pensando también en obtener después, con un poco de suerte, algún beneficio monetario que les permitiera hacer algún que otro viaje exótico más allá de los lagos, son, aparte las anécdotas, el renovador “manifiesto poético” del primer romanticismo inglés, con sus prefacios y baladas. Un libro, publicado anónimamente por los dos autores, de nueva poesía, una poesía narrativa que, sin dejar de ser musical, “cuenta” cosas con otro tipo de lenguaje, ya plenamente moderno, usual y culto a la vez: experiencia existencial y nueva experiencia poética con el lenguaje común, de cuya fusión surgen los primeros poemas románticos. Como indica T.S. Eliot, en “Función de la poesía y función de la crítica”:

Los poemas de Wordsworth no fueron peor recibidos de lo que versos de parecida novedad acostumbran. Recuerdo yo una época en que una cuestión de lengua poética estaba también en el aire, cuando Ezra Pound proclamó: “la poesía ha de estar tan bien escrita como la prosa”, y él y sus compañeros fuimos calificados de “bolcheviques literarios” por un escritor del “Morning Post”, y de “ilotas borrachos” (con una intención que siempre se me ha escapado) por Arthur Waugh. Creíamos nosotros, empero, restaurar viejos cánones más que predicar nuevas herejías. Cuando Wordsworth dice que se propone “imitar y, en lo posible, adoptar el verdadero lenguaje de los hombres”, no hace sino repetir con otras palabras lo que Dryden ya había dicho y defender la misma causa que éste había defendido.

A propósito de esto, recordemos un poco a a T.S. Eliot, muy irónico siempre, que trata a los poetas estudiados como si los tuviera reunidos en casa, cenando, hablándoles de sus virtudes y defectos como poetas, pero sin olvidarse tampoco de los propios y guiñando un ojo a a “la pulga” de John Donne. Por ejemplo, hablando de John Donne también en “Función de la poesía y función de la crítica”, dice así:

En los últimos años, Donne nos ha parecido un sorprendente ejemplo de estilo coloquial. ¿Quizá Wordsworht y Coleridge hicieron justicia a Donne? No. Llegado el momento de enjuiciar a Donne –y a Cowley-, ambos se dejaron llevar de la mano de Samuel Johnson (que subestimaba a Donne): eran tan dieciochescos como los demás, salvo que donde el siglo XVIII encontraba falta de elegancia (en la poesía), los poetas lakistas encontraban falta de pasión. Y mucha de la poesía de Wordsworht y de Coleridge era tan hinchada, artificiosa y elegante como un entusiasta del siglo XVIII la pudiera desear. ¿A qué entonces tanto ruido? -concluye Eliot de modo sublime e irónico.

Eliot siempre sabe romper la seriedad estéril del discurso cuando éste corre el riego de volverse dogmático, ampuloso, inflexible. Octavio Paz como ensayista y poeta aprendió mucho de Eliot, aunque Paz es más sintético y sentencioso al ensayar, más conceptual. Eliot es más próximo, de intuición e iluminación geniales y divertido. Sobra decir que Eliot apreciaba a Wordsworth y a Coleridge (aunque menos que a Shakespeare), pero su amor no era nunca para siempre, incondicional, ni estaba sometido a ejercicios beatificadores, a una ñoña admiración, a una ceremonia de elogios. Octavio Paz, a su lado, se deja llevar demasiado por la admiración a los escritores sobre los cuales ensaya. Eliot descubre, propone y duda razonable, irónicamente, sobre la materia poética y los modos que investiga. Octavio Paz, en cambio, sintetiza, conceptualiza de una manera clara, de magistral transparencia, eso sí, pero sentencia majestuoso, para siempre, como si hubiera llegado ya al final del camino. Demasiado divinal quizá. Por el contrario, Eliot camina, mira a todas partes, adivina y reflexiona, pero al ensayar le viene una ironía dubitativa sobre una frase o un verso, una ironía iluminadora, creadora de conocimiento, y la aprovecha: no se preocupa de llegar cuanto antes al final del trayecto. Prefiere ir solo, a su aire, a su aire poético, aunque “abril sea el mes más cruel” en ese trayecto y los pies se embarren por el camino.

En suma, Eliot habla en el comedor con sus poetas reunidos alrededor de una mesa, y de pronto, entre plato y plato, surge un destello de ironía, una iluminación crítica. Mientras, Octavio Paz está en la cocina estableciendo el orden de los platos a servir, supervisa la jerarquía de los vinos y se demora discutiendo socráticamente con el cocinero, y al final no le llega a los oídos la última ironía erudita de T.S. Eliot -que responde a una frivolidad de uno de los ficticios comensales, hablando sobre “las necesidades fisiológicas de Leopold Bloom como estructura básica del Ulises", de James Joyce. Le responde Eliot:

En este punto quisiera hacer algunas reflexiones sobre la molesta cuestión de la oscuridad. Las dificultades de una poesía (y la poesía moderna se considera generalmente difícil) puede deberse a una de varias razones. Primero, a causas personales que hacen imposible al poeta el expresarse en un modo que no sea oscuro: aunque ello es de lamentar, hemos de alegrarnos de que al menos haya podido expresarse. Puede también deberse simplemente a la novedad; ya sabemos cómo se ridiculizó a Wordsworth, Shelley, Keats, Tennyson y Browning, uno tras otro; he de observar, no obstante, que fue Browning el primero a quien se calificó de difícil: críticos hostiles habían encontrado difíciles a los poetas anteriores, pero les habían llamado tontos.

T.S. Eliot, Función de la poesía y función de la crítica
(trad. J. Gil de Biedma, Seix Barral, Barcelona, 1968)

AT



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