domingo, 10 de diciembre de 2017

HISTORIA BREVE, FAMILIAR, DE UNOS TEBEOS


Historias del futuro, rumbo a lo desconocido, viajando de un lugar a otro, de un planeta a otro, sin moverte de casa, con la pierna escayolada, observando, encantado, a la escasa luz de una ventana (persistían las restricciones eléctricas de postguerra), los almanaques de Navidad de Red Dixon, El Jabato, El Pulgarcito y otros héroes del tebeo, que tu madre compraba en el tenderete de una acera de la calle Escudillers, cuando aún no se llamaba Escudellers.
Las madres mimaban a los niños enfermos con tebeos semanales, con más almanaques y cuentos de lo habitual, y así aprendíamos a leer, disfrutando, reviviendo aventuras, mejor arrullados que en el parvulario de las monjas de la calle Nueva de San Francisco, cuando aún, por las prohibiciones de aquel tiempo, no decíamos calle Nou de Sant Francesc (donde está el restaurante Los Caracoles, esquina Escudellers).
Es justo recordar, de aquel parvulario de monjas del Sagrado Corazón, a la madre Carmen, que era una monja joven estupenda, atenta y cariñosa con los niños, que reía y lloraba lágrimas blancas, milagrosas. Envidiada, tanto por la risa como por sus lágrimas blancas, las otras monjas acabaron por desterrarla a las misiones de África, ante el asombro triste de los niños, que, no sé cómo, organizamos un pequeño tumulto de protesta amorosa en el jardín del colegio, al grito de: ¡Madre Carmen, madre Carmen!
Así ocurrían esas cosas, de niño, en Barcelona, cuando creías que nadie había muerto nunca en las habitaciones secretas del barrio, cuyas casas y calles configuraban el cosmos entero, un espacio más grande que toda la ciudad, que toda la tierra, más misterioso que el bar y el Hotel Cosmos de la misma calle, donde nos rompíamos el pie o la pierna, leíamos tebeos y viajábamos por todo el mundo, aterrizando en todos los planetas del universo.



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